Hay dos maneras fundamentales en que la crisis puede afectar a la salud mental. La primera es por la creación de un clima de incertidumbre, preocupación y pesimismo generalizados. La segunda es a través de las consecuencias directas de la mayor lacra asociada a la crisis: el desempleo y las pérdidas asociadas al mismo. En ambos casos, se trata de factores complejos y difusos, que actúan más sobre las personas más frágiles y con menos recursos: es decir, los más pobres, con menor nivel sociocultural, los más aislados, y los ya enfermos. El paro produce un deterioro de la salud en general, tanto la salud mental como la salud física – en realidad, no hay dos tipos de salud: son la misma -. Las repercusiones psiquiátricas del paro se centran en los varones de edades comprendidas entre 30 y 50 años.
El desempleo acarrea numerosas consecuencias, y no solo de tipo económico. En nuestra sociedad, el trabajo marca la pauta de nuestra ordenación del tiempo, de nuestras relaciones sociales, y de nuestra identidad personal. Para superar la pérdida de empleo, la persona tiene que esforzarse sobre todo en no permitir que dicha pérdida le desestabilice por completo: debe ser una persona con un problema de empleo, no un “parado”. Es fundamental mantener el ritmo de vida, la actividad física, la búsqueda de empleo, la formación, y muy especialmente, las relaciones sociales. El ser humano es fundamentalmente un ser social. Todo lo que nos aísla, nos acaba destruyendo.
Como ya he comentado, la crisis y el paro son factores de estrés inespecífico, que afectan sobre todo a personas que ya tienen otros factores de riesgo. Las patologías concretas son los trastornos por ansiedad, los trastornos de sueño, y los trastornos depresivos. Pero en personas concretas pueden precipitarse cuadros más graves, o incluso ser un factor determinante para un comportamiento suicida. Sin embargo, no se ha producido hasta ahora un aumento significativo del número de suicidios en España relacionado con la crisis económica.
Aunque no se dispone de cifras nacionales publicadas de morbilidad psiquiátrica o de prevalencia tratada, la impresión es que el número de consultas psiquiátricas en el sector público está aumentando. Por ejemplo, en Navarra existen datos publicados hasta el 2010, el cuarto año de crisis. Las cifras de consultas permanecieron estables desde el 2007 hasta el 2009, pero sufrieron un ligero incremento, del orden del 0,5%, en el 2010. El aumento se registra sobre el crecimiento de las consultas de revisión, no sobre los primeros casos, que permanecen sin cambios. Este aumento podría estar influido por la crisis. No hay cambios en los niveles de hospitalización psiquiátrica. También hay que tener en cuenta que la mayoría de los pacientes afectados del tipo de patología más relacionado con la crisis – trastornos afectivos, como depresión o ansiedad – se atiende sobre todo en Atención Primaria, y tenemos datos de que el número de personas atendidas por ese tipo de diagnóstico ha crecido sustancialmente en España desde el inicio de la crisis. El consumo de antidepresivos tiene un aumento progresivo desde hace más de una década, lo que enmascara un efecto posible de la crisis. No disponemos de datos concretos, pero en mi opinión es improbable que haya un aumento de la automedicación, dada la facilidad de acceso a la Atención Primaria.
En el sector privado se aprecia especialmente un mayor número de ausencias injustificadas a la consulta y una disminución de la frecuencia de consulta, que puede sustituirse por una consulta telefónica o incluso por correo electrónico. Pero, en general, el paciente no pierde el contacto con su médico. Mi impresión personal es que no se ha producido un incremento de la morosidad, o es muy discreto.
En cuanto a las consecuencias de la crisis a largo plazo, es difícil hacer predicciones. Pero los estudios realizados en crisis anteriores hacen ver que las consecuencias agudas sobre la salud tienden a estabilizarse. Si la situación de crisis se hace crónica, entonces ya no debemos hablar de los efectos de la misma, sino de las consecuencias de la penuria económica: pobreza, marginalidad, emigración, paro endémico, etc. Por supuesto, todos ellos tienen efectos negativos sobre la salud. Pero la repercusión aguda tiende a aminorarse. El ser humano tiene una enorme capacidad de resistencia. A fin de cuentas, la Humanidad ha sobrevivido a una larga serie de desastres de todo tipo, algunos bastante peores que esta crisis.
Manuel Martín Carrasco
Director Científico del Instituto de Investigaciones Psiquiátricas
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