Perdonar no es anular, como si nada hubiera ocurrido; ni es olvidar, como si fuera posible una amnesia súbita; ni es no tenerlo en cuenta, ser imprudente y no aprender de la experiencia. Perdonar no significa ser ni ciego ni ingenuo. Lo hecho, hecho está y no hay dios que lo cambie.
Perdonar no implica tampoco, necesariamente, otorgar clemencia y suspender el castigo impuesto. Se puede y se debe castigar cuando buscamos corregir, pero nunca deberíamos castigar con odio, porque en eso consiste la venganza. Vengarse es devolver mal por mal, es echar más leña al fuego y hacer que crezca más y más. Tenemos que combatir el mal, acabar con él, pero al mal se le mata mejor envenenándolo con el bien.
Perdonar es dejar de odiar, es acabar con el rencor, terminar con el resentimiento. Perdonar es renunciar a la venganza ¿Y eso cómo se hace? Tenemos muchos ejemplos de hombres sabios que supieron perdonar, pero creo que el mejor maestro del perdón es Jesús de Nazaret. Si tuviéramos que resumir en sólo dos palabras el mensaje de Cristo, una sería perdón y la otra amor. De Jesús nos llegan dos ejemplos distintos de perdón, uno desde la comprensión, identificándonos con el pecador: "El que esté libre de pecado que tire la primera piedra". El otro en la cruz cuando pide al padre que perdone a sus verdugos porque no saben lo que hacen. Lo que en realidad hace aquí Jesús, más que perdonar es amar compasivamente, que es esa forma de amar universal, sublime y casi inconcebible. Y cuando amas no es preciso el perdón.
Nosotros estamos muy lejos de ese amor que incluye al malvado y al enemigo. Para llegar ahí, tenemos antes que perdonar a quienes tenemos muy cerca y les guardamos rencor. A veces esas personas con las que estamos resentidos son tan cercanas como los padres. Oscar Wilde decía en 'El retrato de Dorian Gray': "De pequeños los niños aman a sus padres, cuando crecen los juzgan y sólo a veces los perdonan. En eso, dicen algunos, consiste la madurez".
Habrá quien no sepa perdonar, pero los hay también que no quieren perdonar. Si éste es tu caso, no perdones y quédate con tu rencor, pero has de saber que en el pecado tendrás la penitencia, porque el rencor es triste y el perdón alegría.
Fuente: Yo dona/El mundo
No hay comentarios:
Publicar un comentario