jueves, 2 de junio de 2016

¿Se puede amar lo que no se entiende?

¿Se puede amar lo que no se entiende?
El otro día pesqué en la televisión una película antigua: “CAPRI”, con una espléndida Sofía Loren y un maduro Clark Gable, que tienen un encuentro inverosímil en el sur de Italia, hacia los años 50. Media la labor de un niño casi abandonado a sus ocho años por la inconsciente Sofía. La película refleja bien el contraste entre las dos culturas, entre la pobreza orgullosa de los italianos y el bienestar prepotente de los norteamericanos. La miseria italiana está idealizada a base de vitalismo e ingenuidad pero vista desde ahora, presenta una idea certera de los mundos que entran en juego. La cosa es que al final el americano: Clark Gable, decide quedarse en ese mundo rodeado de “amor”, y exclama muy gracioso: “¡Io sono italiano!”(¡Yo soy italiano!), ante un grupo de compatriotas que se burlan del carácter de los nativos.
La pregunta que surge es ésta: ¿Se puede amar lo que no se entiende?

En las discusiones de pareja, adueñan de la vida cotidiana, hay una incomprensión dimensional del uno hacia el otro. Cada uno se carga de sus propias “razones” y no entiende las del otro. Todo es incomprensión, decepción y soledad. Cuando la repetición se hace insistente y han pasado los años de la misma manera, el consejo más honesto es terminar la relación.

Muchas personas se resisten a este final. Hay muchas razones para esta resistencia. Desde el cariño sincero hacia la otra persona, hasta el pánico a destruir un modo de vida establecido firmemente. La economía es un motivo para el miedo. Una pareja es un sistema económico rentable, y más aún si hay hijos, si uno de los dos no trabaja… También la red de relaciones que la pareja ha podido establecer, las familias implicadas, las madres, los cuñados, etc. El sentimiento de culpabilidad por causar un daño a todas estas personas que “ni se lo imaginan”, que piensan que “somos la pareja ideal”.

El miedo al escándalo y al rechazo social. A empezar de nuevo, en el vacío de la incertidumbre.
Pero cuando la certidumbre son las continuas discusiones, las faltas de respeto, la ira y la agresividad (aunque sea “sólo” verbal), la denigración y la falta de ilusiones. A quién estamos traicionando.
Otro encuentro interesante: en España han aumentado los divorcios un 14% este año. El comentarista del periódico reflexiona con buena intuición que no sólo se debe al aumento del estrés por la crisis económica. También al cambio en el modelo de relación.
Estos cambios están en movimiento y ese movimiento es imparable, es una transformación social, más allá de nuestras pequeñas vidas.
La crisis económica es un elemento ambivalente: puede servir tanto para justificar la continuidad de las parejas, como su ruptura. Por lo tanto, todavía no podemos analizar con objetividad la intervención real de este factor.
En cambio las transformaciones de la relación de pareja es de lo que las personas hablan, es de lo que se quejan, es para lo que nos faltan modelos, ejemplos, experiencia de cómo se puede llevar a cabo.

Un tercer encuentro: la escalofriante noticia de una mujer que ha abandonado a tres hijos de corta edad, de tres años, año y medio y veinte días de vida. La mujer desapareció de casa una noche, y ya no volvió. La policía consiguió encontrarla en un parque, varios días después. Los vecinos ayudaron a salvar a los niños, llamando oportunamente al teléfono de emergencias. La juez ha decretado prisión incondicional y los niños han sido acogidos por los Servicios Sociales.

Lo que me sorprende es que ningún medio de comunicación –hasta donde he podido enterarme- nombra para nada al padre. La madre es la única responsable de lo sucedido, y de su monstruoso comportamiento. El padre no aparece por ninguna parte. Ni algún otro familiar: abuelos, tíos, primos… Es fantasmal la soledad de esta mujer.

Las leyes civiles y religiosas que antes enmarcaban con firmeza los límites y condiciones de la vida familiar, casi han desaparecido.
Esto supone una humanidad más madura: el libre albedrío es una realidad, cada cual puede y debe mirarse de frente, con su conciencia y sus deseos. Esto conlleva en ocasiones, que el hombre –algunos hombres- se desentiendan de la relación, huyan de un compromiso con una mujer, y sobre todo se escaqueen de las labores de paternidad. ¿Esto es nuevo? No, es viejo como el Mare Nostrum. Lo que está cambiando es la tolerancia de muchas mujeres y algunos hombres, ante esa ausencia.

Las mujeres están haciendo una revolución silenciosa, ¡a veces ruidosa!, con delicadeza y a gritos, para decir que quieren una situación más igualitaria, más compañerismo, más amistad, más empatía, entre hombres y mujeres.
Sé que estoy rozando por encima un tema tremendamente complejo y profundo. Me contengo de muchas cosas que podría contar, por no entrar en detalles particulares. Pero una cosa que me ocurrió el otro día con un amigo sí la puedo contar: cada vez que venía a mi casa, de visita, y necesitaba entrar al cuarto de baño, se dejaba la tapa y entre-tapa del wáter abierta. Mi costumbre es dejar las dos bajadas. He tardado más de un año en poder decírselo. Y la forma me ha costado un esfuerzo, un sentimiento de violencia interna, de no querer hacerle daño. De temer que a partir de ese comentario, la amistad ya no volviera a ser la misma.
Mi opinión es que él dejaba la huella visible de que “por allí había pasado un hombre”. Pero le costó entenderlo, ¿Y qué más da?… Pero si te la encuentras de una forma, déjala de la misma forma, no?

El caso es que reprodujimos en unos minutos, los tiras y aflojas típicos de muchas parejas. La mayor capacidad de empatía de las mujeres –en general demasiada- , y la escasa capacidad de los hombres –en general-. “Pues es verdad, qué más me da” pensaba yo. Y él seguía argumentando que no tenía importancia ese detalle.
Es una anécdota pequeña, incluso jocosa. Pero en esos detalles es donde podemos percibir la diferencia de mundos, de sensibilidades, de puntos de vista.


Sara Blasco

No hay comentarios:

Publicar un comentario