Se estima que la actividad normal del ser humano produce un nivel de ruido de unos 55 decibelios; cuando se superan los 65, el ruido empieza a ser más que molesto, y a partir de los 85 perjudicial para la salud.
Según el doctor Buela, la contaminación acústica tiene varios efectos: auditivos (fatiga auditiva, sordera temporal o permanente), subjetivos (irritación, fatiga y falta de concentración), biológicos (trastornos del sueño y del sistema inmune) y comportamentales (medicación y síntomas psiquiátricos).
Arguye el experto que el ruido ambiental es uno de los factores más importantes, al menos en las ciudades, en la interrupción del sueño; sobre todo el de los aviones, el del tráfico y el proveniente de los vecinos. «Las fuentes de contaminación acústica van en expansión, sin que las medidas legales y administrativas puedan llegar (a amparar) a tantos afectados», sostiene.
La capacidad de alcanzar las fases más profundas del sueño es la que resulta más perjudicada por la exposición al ruido. Pero la sobrepresión acústica tiene también otros efectos inmediatos, como el aumento de la frecuencia cardiaca y respiratoria, de la presión sanguínea y de la vasoconstricción.
«Es posible que las personas tengan la sensación de haberse acostumbrado al ruido, pero el cuerpo nunca deja de reaccionar a estos estímulos», dice. Los efectos secundarios del sueño interrumpido por el ruido son similares a los de los pacientes con insomnio crónico: somnolencia diurna, cansancio, disminución del rendimiento en el trabajo y aumento de los accidentes de tráfico. Además, la cantidad de hormonas del estrés son más elevadas al día siguiente.
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