miércoles, 5 de octubre de 2016

Ruido malo, ¿silencio bueno?

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Ruido malo, ¿silencio bueno?

Según el investigador y neurólogo Michael Wehr, de la Universidad de Oregón, nuestras neuronas se encienden durante la quietud, de modo que el cerebro la está reconociendo, “no lo vive como una ausencia de inputs”. En la misma línea ahonda la cardióloga y neuróloga Imke Kirste en su trabajo Is silence golden? (¿El silencio es oro?), publicado en 2013 en la revista Brain Structure and Function. La investigación, realizada solo con ratones, demostraba que el silencio, en mayor nivel que cualquier melodía, provocaba la neurogénesis (nacimiento de nuevas neuronas). Si su disminución en el hipocampo conduce al alzhéimer, como muchos expertos señalan, el silencio y el retiro podrían ser un modo de tratar la enfermedad.
El neurólogo Pablo Irimia aconseja, sin embargo, mucha prudencia al respecto (“a partir de la adolescencia, la neurogénesis es tan limitada que tiene poco valor”), pero señala dos evidencias impepinables: el silencio facilita el control de la tensión arterial (baja el riesgo cardiovascular, previniendo, por tanto, dolencias del corazón e ictus) y predispone a los beneficios de una vida reflexiva. “El pensamiento profundo y meditado genera nuevas conexiones entre neuronas. Es decir, una vida intelectual activa, que requiere concentración y, por tanto, silencio, cumple un papel protector en afecciones neuronales. Por ejemplo, ya sabemos que un nivel educativo alto se vincula con un menor riesgo de padecer alzhéimer”, aclara el neurólogo, que aconseja una rutina poco ruidosa y salpicada por momentos de silencio.
“No hace falta aislarse por completo. Basta con vivir una vida normal con especial atención a la calma. De hecho, ningún cerebro humano aguanta el silencio total. Existen cámaras anecoicas que reproducen, en el ámbito médico, lo más parecido al silencio absoluto, y nadie aguanta dentro más de 40 minutos, pues el cerebro siempre está buscando estímulos y si no los encuentra fuera, magnifica el ruido del corazón, los intestinos…”, prosigue el científico.

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